viernes, 26 de septiembre de 2014

Cuento sobre el valor: El pajarito valiente


Erase un país lejano, destinado a ser gobernado por una bella princesa, la única hija del rey.

—Hija tienes que aprender a ser valiente —le decía el Rey a su hija, cuando tan sólo tenía cinco años.

Siendo tan chica, no entendía muy bien que significaba “ser valiente”, así que una tarde mientras daba un paseo por los jardines del palacio con su madre le preguntó:

—Mamá ¿Qué es ser valiente?

—¿Ser valiente? —preguntó la Reina mientras buscaba una respuesta que la niña pudiera entender.

—Papá me dice que toda princesa tiene que ser valiente —explicó la chiquilla—, pero no entiendo que es.

En ese momento observaron un pajarito en el suelo, y vieron que tenía un ala malherida. La reina intentó con cautela capturarlo para ayudarlo, pero el pajarito corrió rápidamente. Era un pájaro silvestre acostumbrado a vivir en libertad.

La reina persiguió al ave por un buen rato. Cuando el pajarito se sintió acorralado, comenzó a lanzar pequeños picotazos para alejar las manos que querían atraparlo, pero sus esfuerzos fueron en vano. Finalmente, la Reina logró cogerlo.

En un instante, cuándo la reina abrió la mano para observarlo,  el pajarito sacó nuevamente fuerzas, tomó un impulso y comenzó a volar. Con el ala herida el vuelo para él fue difícil y le costó muchísimo trabajo subir a la copa de un árbol cercano, dónde se puso a salvo.

—¿Viste lo que hizo el pajarito? —preguntó la reina a la niña.

—¡Sí! —respondió asombrada la princesa— ese pajarito tan pequeñito, tenía un ala herida, pero luchó tanto que logró escapar.

La madre le respondió:

­—Hija… ¡Eso es ser valiente!

La princesa, preocupada por el animalito, lo buscaba con frecuencia entre las ramas del árbol, y le dejaba cerca semillas y agua. Hasta que un día, el pajarito emprendió el vuelo llevando en su pico una bella flor.  

La princesa nunca olvidó al pajarito, y cuando llegó a ser Reina fue reconocida por su gran valentía, defendiendo a su reino de muchos invasores y piratas que querían robarle su libertad.

©Liliana Mora León

martes, 23 de septiembre de 2014

Cuento sobre el perdón: El preso y las hormigas



Hace pocos años, en un país remoto, un hombre se encontraba retenido en la peor prisión de aquel reino de dictadores. Estar allí era toda una pesadilla, un sueño horripilante que parecía no tener despertar. 

Aunque el hombre era inocente, los guardias lo torturaban frecuentemente buscando información, y después de varias horas de crueles castigos lo arrojaban malherido a la celda.

En aquel lugar muchos morían; algunos por los golpes de los guardias, otros por las riñas entre los presos y muchos de hambre: sólo recibían un pequeño plato de comida horrorosa cada viernes, que devoraban ansiosos como si fuera un manjar digno de reyes.

El hombre fue retenido a la fuerza y su amada familia desconocía su paradero. En ese aislamiento se sentía completamente desilusionado y sin la ayuda de nadie. Al pasar los días, y saber de la muerte de otros presos, perdía toda esperanza de sobrevivir en aquel lúgubre lugar.

Las únicas compañeras permanentes eran unas pequeñas hormigas, las cuales tenían un camino que cruzaba la celda para llegar a la cocina. Al principio, el preso tenía miedo que las hormigas lo mordieran o lo picaran, por ese motivo comenzó a pisarlas fuertemente para acabar con ellas.

Cuando las hormigas se enteraron de la muerte de sus hermanas, más y más hormigas llegaban para defenderse del hombre que quería terminar con ellas. Ese día, varias hormigas alcanzaron a subir por los pies del hombre, y en sus piernas dieron algunos mordiscos y picotazos. Después de varios intentos, saltos, golpes, gritos, volteretas y rabietas el hombre logró librarse de todas las hormigas;  mientras ellas levantaban los restos de sus compañeras y corrían al hormiguero. 

Con el paso de los días, el hombre debilitado por el hambre y sumido en la tristeza, simplemente lloraba, lloraba y lloraba, al ver el desfile de hormigas que vagaban libres de un sitio a otro. Ellas, como siempre, caminaban presurosas cargando algunas cosas mientras escuchaban los lamentos del preso.

Una tarde, el hombre observó que la fila de las hormigas estaba encabezada por una hormiga más grande que las otras, y que parecía ser la líder del grupo. Aquella era una hormiga guerrera, experta en defender al hormiguero.

El hombre miró detenidamente al insecto, y a su vez ella se detuvo frente a él y lo observaba fijamente. Al mismo tiempo, todas las hormigas pararon la marcha. 

Por el tamaño de la hormiga y el gran aguijó que tenía, el hombre sabía que aquella hormiga podía ser muy venenosa. Sintió mucho miedo de aquel grupo y corrió a la ventana intentando una salida, pero era imposible escapar.

En la celda todo era silencio, la hormiga guerrera dio un paso adelante, mientras el hombre comenzaba a sudar y el miedo lo hacía temblar. En un momento la hormiga hizo una venia con la cabeza en señal de saludo al hombre. Él hizo lo mismo, bajando y subiendo la cabeza sin perder de vista a la gran hormiga, temía que en cualquier momento iniciara el ataque.

La hormiga guerrera dio un pequeño chirrido y las demás compañeras fueron caminando de dos en dos, de manera muy ordenada. El humano sintió cerca su final, si todas las hormigas atacaban al tiempo, no tendría oportunidad de escapar, moriría en aquella celda picoteado por los insectos.

Comenzó la marcha, miles de hormigas caminaban en dirección al hombre, él imploraba de rodillas la ayuda a Dios. Miraba con angustia cómo los insectos acortaban la distancia, y cuando llegaron a su lado, cerró sus ojos dándose por vencido. 

Pasaron algunos minutos y no sintió ningún picotazo. Abrió los ojos y para su sorpresa las hormigas no lo atacaron, por el contrario, dejaron en el piso restos de una manzana, pan, verduras y otros alimentos. Eran tantas las hormigas que le traían una parte de comida, que aquél día el hombre cenó mejor que cada viernes y le sobró para el resto de la semana.

Las hormigas no estaban en son de guerra, traían un mensaje de perdón. El hombre aceptó el pacto de paz con las hormigas. Él olvidó las mordeduras que recibió de las pequeñas, y ellas perdonaron  al hombre por todas las hormigas que murieron con sus pisadas. Desde ese día el preso las dejó seguir su camino sin intentar destruirlas. Ellas por su parte, al regresar de la cocina, siempre le dejaban miles de migajas que lo ayudaron a sobrevivir.

Así el hombre y las hormigas aprendieron a perdonar y a compartir la misma celda y la misma comida; él prisionero y ellas en libertad. 

A veces la ayuda llega de quienes menos esperas, y tus enemigos pueden llegar a ser tus mejores amigos –decía el hombre quien recuperó la esperanza y con los años fue liberado de aquel lugar.


©Liliana Mora León

viernes, 19 de septiembre de 2014

Cuento sobre el amor y la familia: Una estrella de oro



Fue una noche de septiembre con un cielo inmensamente estrellado, la que el abuelo eligió para despedirse del pequeño Juan. Quería darle a su amado nieto un recuerdo para toda la vida, algo que jamás olvidaría.

—Juan, esta noche quiero darte un regalo especial —dijo el abuelo.

—¿Qué regalo abuelo?—preguntó el pequeño muy feliz—, ¡Pero si todavía no es la navidad!

—No es navidad, es cierto, pero todos los días son buenos para recibir un regalo —respondió el abuelo seguro que para las fiestas de fin de año él ya no estaría en casa.

Mientras Juan esperaba sentado en la vieja canoa del abuelo, él sacó de su bolsillo un objeto de metal dorado que destelló levemente a la luz de la luna. Lo tomó en la mano y con su pañuelo lo frotó suavemente haciendo que brillara aún más.

—¡Qué estrella más bonita! —respondió Juan muy emocionado—, ¡Gracias abuelo!¡Nunca he visto una igual!

—Es una estrella que hice especialmente para ti —respondió el abuelo que tenía un gran don para hacer objetos hermosos con sus manos.

—¡Es muy brillante! —dijo el niño asombrado que su estrella brillaba más que las del cielo.­ 

—La estrella brilla así porque es de oro —le explicó el abuelo al nieto.

—¿De verdad es de oro? —preguntó Juan extrañado de tener tal fortuna—. ¡Pero si somos muy pobres!

—Sí, está hecha de pequeñas chispitas de oro que recogí en el río durante toda mi vida—explicó el abuelo­—. Esta estrella es toda la riqueza material que puedo heredarte.

—¡Gracias... Gracias... Gracias abuelo! —repetía sin cesar—. La cuidaré siempre... ¡Esta estrella es mi tesoro!

—Querido Juan, con el tiempo descubrirás cuál es el verdadero tesoro del hombre  —le dijo el abuelo mientras caminaban de regreso a casa con pasos lentos y descansos seguidos.

En ese momento Juan no sabía que la estrella era la despedida y el último regalo del abuelo, quien algunas semanas antes de la navidad dejó la tierra para subir al cielo.

Juan fue creciendo, y a pesar que el abuelo ya no estaba sentía que siempre lo acompañaba. Cada vez que miraba la estrella recordaba algún momento de felicidad vivido con el abuelo, esos recuerdos eran como chispitas de oro que lo animaban cuando estaba triste.

Con el paso de los años Juan comprendió el mayor tesoro que le había dejado el abuelo: "su amor" que a pesar del tiempo seguía brillando más que su estrella de oro. 

©Liliana Mora León

jueves, 18 de septiembre de 2014

Cuento sobre la perseverancia: El viaje al Cotopaxi




En la excursión de fin de curso, el profesor daba las explicaciones al grupo antes de iniciar el ascenso de la montaña:

—El Cotopaxi es una montaña majestuosa del Ecuador. Según los datos históricos, ha perdido gran parte de su nieve por el calentamiento global —dijo el profesor—. Nadie sabe a ciencia cierta, en cuanto tiempo perderá toda la nieve. ¡Esta puede ser su última oportunidad para conocerla!

Después de las palabras del profesor, todos los chicos bajaron del autobús, organizaron sus morrales y comenzaron a subir la montaña;  estaban llenos de ganas y entusiasmo por conocer la nieve en su país tropical. Pero con el avance del tiempo, los pasos eran muy lentos con cada metro que se ascendía; respirar costaba más trabajo y avanzar era una tarea realmente complicada.

Muchos se fueron quedando por el camino, algunos decidieron devolverse al autobús; otros llegaron solo hasta el primer refugio y decidieron quedarse allí, tomando una bebida caliente.

Solamente tres estudiantes continuaron el ascenso. Ninguno sabía que tanto tiempo faltaba para llegar a la cima. Uno de los jóvenes ya cansado comenzó a preguntase:¿qué pasará si el autobús nos deja?¿quién vendrá a rescatarnos si nos pasa algo?¿existirá algún animal peligroso cerca a la cima?... Lleno de dudas y miedos, decidió parar y no continuar el ascenso, a pesar de la insistencia de sus amigos.

Mientras él se hacía preguntas y preguntas, veía a sus compañeros continuar el camino y desaparecer en la distancia. Después de casi una hora ya estaba oscureciendo; el sol se había ocultado y la noche estaba llegando. De pronto, el joven comenzó a escuchar voces, pensó que eran otros caminantes que descendían. Poco a poco se fueron acercando al sitio donde él estaba, y al escuchar con atención reconoció las voces de sus amigos.

Ellos ya regresaban felices y hablaban de lo hermosa que era la nieve en la cima de la montaña; de la sensación de estar allá arriba con el sonido del viento; de lo blanca y radiante que era la nieve y de lo mucho que se divirtieron jugando con ella.

El joven entristeció enormemente, le faltaba tan poco para llegar a la cima. Lamentaba haberse dado por vencido antes de tiempo.

—Por miedo he perdido ésta oportunidad —pensó para sí mismo—. Pero la próxima vez no abandonaré la subida y conoceré la nieve del Cotopaxi —se propuso a sí mismo antes de regresar al refugio.


©Liliana Mora León

viernes, 12 de septiembre de 2014

Cuento sobre la amistad: Chiky y Nando en la tina


Chiky y Nando son buenos amigos. Chiky, es un pequeño elefante, que nació en África,  el menor de su familia. Nando, es un pato con lindas y suaves plumas amarillas y un elegante pico naranja.

Los dos amigos tienen algo en común: ¡Aman Nadar! Nando, nada en su tina de baño, que para él es como una gran piscina. Pero Chiky, por su tamaño necesita de un río o el mar para poder nadar, y ambos quedan muy lejos de su nueva casa.

Una tarde muy calurosa, Chiky observó a Nando mientras nadaba en su tina. Sintió nostalgia de su amada África, dónde libremente tomaba un baño cuando sentía calor. Ahora, en ese baño, él también quería refrescarse, así que le preguntó a Nando:

—Amigo ¿Me prestas tu tina para darme un buen baño?

A lo que el pequeño Nando le respondió:

—Me gustaría hacerlo, pero es muy pequeña, y tú eres grandísimo. 

—He visto muchas veces el tamaño, y creo que podemos compartirla aunque estemos un poco incómodos —dijo Chiky—. Además, amigo mío, ¡Ya no soporto tanto calor!

Nando escuchó las palabras de su amigo, y tenía miedo que su amada tina se rompiera en mil pedazos por el peso de Chiky. Observó a su amigo elefante y notó que sudaba por todos lados. Además, se veía muy triste. El pequeño Nando pensó que era por estar tan lejos sus padres, que aún vivían en África. 

Para Nando era importante ayudar a su amigo, así que  a pesar del miedo de perder su hermosa tina, le respondió:

—Bueno, está bien, tienes razón hace mucho calor y los dos necesitamos un buen chapuzón.

Chiky, estaba emocionado, ingresó al agua fría con extremo cuidado, primero una pata y después la otra, se sentó en su enorme cola y comenzó a disfrutar de un rico baño con agua y jabón.

Nando quedó tranquilo cuando no le pasó nada a su tina; además se sorprendió al ver a su amigo tomar el jabón con su trompa y llevarlo a cada parte de su enorme cuerpo.

¡Eso sí es un buen baño! —dijo Nando—. Yo no tengo trompa ni manos para coger el jabón, por eso nunca lo uso.

—Si quieres, yo puedo enjabonarte —le propuso Chiky—. Así tus plumas quedarán mucho más limpias y tendrás un delicioso olor a perfume.

—¡Claro que sí quiero! —contestó Nando­­— ¡Voy a quedar muy guapo!

Chiky enjabonó con mucho cuidado a su pequeño amigo, hasta que no salió más mugre. Después los dos amigos se enjuagaron, y disfrutaron de la tina; reían y cantaban muy contentos. Fue divertido jugar con las burbujas de jabón que Chiky soplaba con su larga trompa. 

Ese día, los amigos vivieron el mejor baño de sus vidas, al final los dos salieron ganando: Nando quedó muy guapo...como él quería, y Chiky se pudo refrescar y reír como cuando vivía en su amada África.

©Liliana Mora León

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Cuento sobre la creatividad: ¿Cómo darías luz a la noche?


















En una hermosa noche de luna llena y cielo estrellado, tres amigos compartían sueños e ilusiones, e imaginaban locas historias de ficción.

Uno de ellos preguntó:

— Si la noche fuera muy oscura ¿Cómo darían luz a la noche?

Después de pensarlo un poco habló el primero, un chico muy inteligente, amante de la tecnología y los experimentos:

—Yo, subiría a la luna con una escalera larguísima. Una vez allí, le colocaría una pila enorme, que se recargue de día con la luz del sol. Así habría luna llena todo el año.

Después dijo el segundo, un chico amante de la diversión, de los viajes y la aventura:

—Yo, traería a Polaris, la famosa estrella polar que guía a todos los viajeros. Como queda tan lejos de la tierra, la atraparía con una red potente y la colgaría más cerca. Alumbraría tanto como la luna, pero con forma de estrella.

Por último, habló una niña poseedora de una gran imaginación, amante de las historias de fantasía y de la naturaleza:

­—Yo quisiera tener una varita mágica y convertirme en una gran luciérnaga. Tendría mis alas para volar libre a cualquier lugar. Y también poseería una luz propia, que prenda y apague como las luces de navidad. ¡Yo sería  una estrellita de la tierra!

Esa noche, los pequeños descubrieron que no es necesario que te gusten las mismas cosas para ser amigos. Ellos aprendieron que existen diversas soluciones para un mismo problema, todo depende de dar rienda suelta a la imaginación.

Y tú: ¿Cómo darías luz a la noche?...de seguro tienes otra idea maravillosa.


©Liliana Mora León