A veces, una amistad no comienza de la mejor manera. Y eso fue lo que le ocurrió al pelícano Atolón y al pequeño pez Coralito.
Todo sucedió una mañana de invierno, cuando Atolón se
despertaba de un largo sueño. Mientras se desperezaba y extendía las alas, oyó
un ruido muy singular. Eran sus tripas que sonaban tanto como una orquesta. Al
poco, comenzó a bostezar, una y otra vez, abriendo su largo pico amarillo. No había dudas...¡Tenía tanta hambre que podría comerse un tiburón!
Al mirar su enorme buche se dio cuenta que no guardaba nada que comer. Así que, antes de darse un buen baño, y a pesar del inmenso frío, decidió
ponerse su bufanda azul y salir a pescar muy temprano.
Cuando se elevó sintió que el viento estaba helado, dio un vistazo por todas partes, y eligió un
lugar a pocos metros de la playa. Era un sitio poco profundo de aguas tranquilas. Sobrevoló la zona, y después
de mirar un rato decidió sumergir su cabeza. Con su pico potente capturó
fácilmente un pez que nadaba desprevenido en el agua.
Pero, Atolón, nunca se imaginó que aquel pez le daría
una gran lección de valor. De alguna manera, Coralito, el pequeño pez, logró
clavar una de sus aletas en el buche de Atolón, y se aferraba a él para evitar
ser devorado. Estaba completamente atorado, y el pelícano no lo podía tragar.
El pelícano, voló de regreso hasta la playa. Se posó
entre las rocas, y al abrir su enorme pico observó a un llamativo pez. Era un
hermoso “pez ángel llama”. Tenía un
cuerpo de rojo coral muy radiante, combinado con elegantes líneas negras. Lo
más atractivo, eran unas ondas de color azul encendido, que parecían brillar
como una llama.
Desde pequeño Atolón había comido cientos de peces,
moluscos y crustáceos, pero nunca había desayunado un pez tan hermoso y según
decían otros, ¡Muy sabroso!... Había hallado un delicioso desayuno para comenzar el día.
Mientras Atolón pensaba en comida, Coralito pensaba
en su vida, y en las veces que había estado en peligro. El pequeño pez, tenía
muchos enemigos, entre ellos; peces de mayor tamaño y varios tipos de aves. También
tenía uno grande y peligroso: el hombre. Si Coralito caía en sus
redes, pasaría el resto de sus días prisionero en una celda de cristal…un
acuario. Pero ahora, estaba luchando por su vida en la boca de un enorme
pelícano.
Atolón intentó tragárselo, pero era inútil; no lograba que el pez bajara por su pescuezo. Luego, tosió con gran fuerza, una
vez, y después otra, hasta que torció los ojos de tanto toser. Y al final, Coralito
salió disparado del buche del pelícano y
cayó de cabeza sobre una roca puntiaguda.
Con el impacto del golpe, Coralito perdió el
conocimiento por unos segundos. Luego, despertó y al ver las nubes, pensó que
estaba en el cielo, que ya había muerto. Pero cuando miró al lado, Atolón
estaba allí parado. El pez no podía creer que todavía estuviera vivo. También sabía
que si no lograba entrar al agua nuevamente, en poco tiempo moriría.
Ante la mirada del pelícano, Coralito, intentaba
escapar. Se arrastraba con pequeños movimientos entre las rocas, pero no
lograba avanzar…Estaba acostumbrado a nadar en el agua suave del mar, pero no a
arrastrarse entre las duras rocas de la playa.
Atolón admiraba a Coralito, tanto por su belleza como
por su lucha por conservar la vida. En breve, el ave se abalanzo nuevamente
sobre el pez. Coralito sintió miedo,
creía que había llegado su hora final. Intentó escapar, moviéndose por todos
lados, pero todo su esfuerzo fue inútil. El pelícano lo capturó nuevamente.
Esta vez Atolón no lo agarró con su potente y temido pico.
Lo capturó con sus alas y lo acomodó bajo las plumas de su ala izquierda. Atolón
se elevó con dificultad. Voló algunos metros sin soltar al pez, mientras el
pequeño agonizaba entre sus alas.
Cuando el mar se tornó de colores, y apareció la zona
de los arrecifes, el pelícano descendió con un elegante clavado, y soltó el cuerpo del pez en el agua. Coralito flotó en la superficie, no se movía ni
respiraba, como hacen los peces muertos.
Atolón, sintió pesar, pensó que sus esfuerzos por
salvarle la vida al pez no habían funcionado. Pero, a los pocos segundos, Coralito
comenzó nuevamente a respirar y con suaves movimientos reanudó su nado.
Coralito alzó la mirada, y vio que Atolón lo admiraba
desde el cielo. No entendía que había pasado, sólo sabía que el pelícano le
había salvado la vida. Al rato, Atolón emprendió el vuelo y se le vio a lo lejos pescar un
buen bocado.
Desde ese día los dos fueron amigos, y aunque no se
hablaban ni compartían juegos, disfrutaban de su lejana compañía. Coralito
admiraba la gracia de Atolón al volar, y el pelícano siempre contempló la
belleza del pequeño pez.
Fue una rara amistad la que allí nació. Algunos habitantes del mar decían
que el ángel no era el pez, sino Atolón, y que fue la llama del amor la que lo
convenció de respetar la vida de Coralito, el "pez ángel llama".
© 2015 Liliana Mora León
Imagen modificada de ilustración disponible en Pixabay