Después
de unas vacaciones de verano, los niños regresaron a clases como cada año, pero
algo había cambiado para siempre: la maestra María no regresaría más, estaba
lejos y no volvería jamás.
Después
de la primera semana sin su presencia, tres de sus pequeños estudiantes hablaban a la
hora del recreo sobre ella:
—¡Extraño mucho a la maestra! —dijo uno de ellos—. Con ella las clases eran muy divertidas,
ahora son tan aburridas, siempre lo mismo: bla, bla, bla…
—Ella
me enseñaba con mucha paciencia —dijo la segunda—, varias veces que me preguntó
cuánto era 7 x 8, yo no la sabía, pero ella no me regañaba ni gritaba, como sí
lo hace mi papá.
Por
último, habló el más pequeño; un niño bastante tímido que poco se atrevía a
hablar con sus compañeros. Al principio, dudó en contestar por miedo a lo que
los otros pensaran, pero al final se atrevió a decir:
—Lo
que más extraño de la maestra María, es que cada vez que me miraba sonreía y con
ella nunca tenía miedo a hablar...¡He perdido a la única persona que me escuchaba!
© 2014 Liliana Mora León