martes, 17 de marzo de 2015

Cuento sobre el amor y la familia: Flores amarillas para mamá



Dedicado a mi amiga Milena y a su hijo Julian.


Mi papá murió hace 3 meses, y desde ese día he visto a mi mamá muy triste. Ella llora en silencio, la veo en las mañanas con los ojos chiquitos, la nariz  roja y la voz muy ronca. Ella no necesita decirme nada…sé que hizo durante la noche.

Ahora ya no se viste bonito como antes, no usa su perfume preferido y el cabello lo tiene todo desarreglado. Parece que la sonrisa la perdió en algún lado, y aún no logra encontrarla.

Yo, trato de ser valiente. ¡Extraño tanto a papá, me siento muy solo! Pero no quiero llorar para que mi mamá no se preocupe también por mí.

Aunque soy un niño poco divertido, intento ser gracioso para despertar en ella alguna leve sonrisa. Ahora, no soy tan desaplicado en clases como antes y hago menos travesuras en casa.

Me propuse ahorrar para comprarle a mi madre una bonita flor para el día de la mujer. Sería el primer año, sin que mi papá, le regalara flores amarillas.

Guardé cada moneda durante más de un mes, llevaba el dinero siempre en mi chaqueta del colegio. No quería que mamá lo encontrara en mi cuarto.

Pero, antes del día, sin darme cuenta, el dinero se me cayó cuando jugaba en el recreo. Lo busqué por toda la escuela, pero no puede encontrarlo ¡Todo estaba arruinado!...mamá no tendría sus flores amarillas como cada año.

El sábado en la noche le oré al niño Dios. De rodillas al lado de mi cama, le pedí que le trajera a mi mamita un bello regalo. Le dije a Dios lo que más le gustaba a ella: los helados de fresa, los chocolates, un vestido bonito y  las flores amarillas. Dios sabría qué regalo la haría más feliz. 

Ese domingo en la mañana me levanté rápido de la cama, y con un par de saltos ya estaba en la sala, pero nada pasó. No había paquetes en la chimenea, ni en la entrada de la casa y nadie había llamado a mamá para darle una sorpresa; parecía que Dios se había olvidado de mi oración.

Como cada domingo, fuimos con mi madre, a visitar la tumba de mi papá. Durante todo el camino al cementerio, esperaba que un milagro pasara. Miraba con atención en cada semáforo, en los carteles de la calle y en el cielo. Yo, buscaba por todos lados una señal de Dios...¡Pero no vi nada!

Por fin, después de un larguísimo camino, llegamos al cementerio. Al entrar, compramos las flores violetas que le gustaban a papá, las que mantenía siempre en su escritorio. 

Mientras caminábamos, le pregunté a mamá, cómo se llamaban las flores preferidas de papá, y me dijo: "siemprevivas". ¡Me gusta ese nombre, siemprevivas! Aunque, no entiendo porque unas flores pueden vivir por siempre,... pero no mi papá.

Al ver tantas flores por todos lados, me puse muy triste, recordé que mi mamá hoy no tendría su regalo.

Pero al llegar a la tumba de papá, con una gran sorpresa me encontré:  En el césped del lugar, junto al nombre de papá... ¡Nació una bella flor amarilla para mi mamá! 

Yo, estaba muy feliz...¡Dios me había escuchado! Tomé la flor y con un enorme beso se la di a mi mamá.

Ella quedó asombrada, sabía que aquella flor sólo podía ser un regalo de papá. La llevó a su corazón, y la escuché decir: "gracias amor mio", y con su mano mandó un beso al cielo, allí donde ahora está papá.      

Y después de tanto tiempo... por fin ¡La vi de nuevo sonreír!        

¡Gracias Dios! ¡Gracias Papá! Ahora sé que no estoy solo.

© 2015 Liliana Mora León