Tengo un gato un poco raro. Desde hace varios meses, parece que otro animal se apoderó de él. Y para que me creas lo que te digo, te voy a contar las locuras que hace. Al final tú decides si quieres tener un gato loco como el mío.
Antes, mi gato pasaba
largas horas durmiendo en el sofá, y hasta roncaba como mi papá. Pero ahora,
aunque tiene los ojos cansados y está bastante somnoliento, se niega darse una siesta. Hoy, parece un trompo y está dando vueltas y vueltas en el jardín
intentando agarrarse la cola.
Su saludo cuando llego de
la escuela, ya no es como antes; olvidó cómo dar el pequeño maullido, mover
elegantemente su cola y restregar su olor en mi pantalón. Eso quedó atrás, se convirtió en un saltarín y parece
más un sapo que un gato, lo cual dada su gran destreza para brincar, le queda
muy bien.
De comida ni hablemos. No
ha vuelto a recibir el atún, su plato preferido. Al abrirle una lata, lo huele
profundamente y lo deja de lado. Para completar, la leche
ya no le sienta bien. Mi mamá dice que se volvió intolerante a la lactosa —parece que eso le pasa a todos los mayores—, y es posible que sea así, porque está bastante
flatulento y con gases muy ruidosos y apestosos.
A veces lo pillo buscando
huesos en el contenedor de la basura, y después que agarra uno no lo suelta por
nada del mundo; lo muerte y lo muerte, una y otra vez, aunque con sus débiles dientes nunca logra
romperlo por completo. Da pena verlo luchar contra aquellos huesos sin nunca
ganar una victoria. Su casa ya parece un cementerio, llena de huesos a medio
roer por todos lados.
Sus juegos preferidos no
son los mismos, abandonó su amado ratón de plumas, y no se pule las uñas con la
alfombra dura y vieja de la entrada. Ahora, corre detrás de cualquier pelota o
calcetín que lanzo al aire, y aunque intenta atraparlos con la boca siempre
falla. Al final muy a su pesar, tiene que utilizar sus patas delanteras para capturarlos
y moverlos.
Preocupados por él, lo
hemos llevamos al doctor. El veterinario, lo subió a una camilla, le miró los
ojos, le abrió la boca (pobre doctor con ese mal aliento de mi gato), exploró
sus orejas, palpo su panza, lo paró en dos patas, y le movió la cola por todos
lados.
Al final, después de un
exhaustivo examen y muchas preguntas a mamá, el veterinario nos dijo:
—Físicamente su gato no tiene nada, está saludable, es
completamente normal— Al oír aquello, respiramos aliviados, pero antes que diéramos
un nuevo suspiro de aliento el doctor agregó: —Todo parece indicar que... ¡Su gato se ha vuelto loco!
—¿Se
ha vuelto loco? — preguntó
mamá bastante asombrada.
—Sí,
se ha vuelto loco —respondió
el doctor con mucha seguridad—. Y
no hay nada que podamos hacer por él, esto no tiene cura.
Salimos desilusionados de
allí con nuestro gato loco en los brazos. Yo estaba muy triste. No quería
perder a otra mascota.
Queríamos contarle a la
abuela y pasamos por su casa. Ella, aunque no es médico, siempre da recetas para
todo. No sé si eso lo aprende en la tele, escuchando la radio, leyendo sus
libros sobre plantas o mirando al doctor OZ, pero ella lo sabe todo. Era posible
que también supiera como curar a gatos locos.
Le contamos la historia con todos los detalles. Ella,
callada como siempre, lo pensó muy bien, y después como toda una experta en la
materia me dijo:
—Es
verdad, tu gato está loco —nos reconfirmó la abuela
mientras yo me negaba a aceptarlo—. Pero no cualquier locura —agregó
ella, yo pensaba que no podía ser peor—. No todas las locuras son iguales, y él
está loco, muy loco.
—¿Loco? ¿muy loco?...no entiendo nada abuela.
Y ella me respondió:
—Mira hijo, normalmente un gato
no es un perro y un perro no es un gato. Pero ahora tu gato es un perro.
Realmente al escuchar la respuesta de la abuela,
pensé que esa enfermedad era altamente contagiosa, ahora la que parecía
estar loca era la abuela. Pero al ver mi cara de desconcierto ella me explicó:
—No todas las locuras son iguales —dijo mientras acariciaba a mi felpudo—. Y tu gato está loco…loco de amor por
ti.
— ¿Loco de amor por mí?, pero abuela ¿qué
locura estás diciendo?
— Sí, tu gato te ama tanto que quiso
volverse un perro cuando vio tu tristeza al morir tu viejo perro —respondió
ella—. Él quería que volvieras a sonreír. Intentó con esmero cada cosa que
hacía tu perro, hasta que un día olvidó en verdad quien era.
Yo, quedé sin palabras un buen rato.
Para mí, sólo los perros eran capaces de amar tan profundamente, así que cuando
murió el mío, sentí que nadie me amaría tanto como él. Pero ahora este gato
loco, me demostraba todo lo contrario.
— ¿Qué puedo hacer para ayudarlo? – le pregunté
a la abuela.
— Ámalo tanto como él a ti — fue la única
respuesta de la abuela. No había pócimas, agüitas, ni yerbas para ayudarlo.
Últimamente, paso mi tiempo
libre enseñando a mi gato como olvidar
ser un perro. Y creo que hemos avanzado un poco, se ve
más feliz...pasa más tiempo durmiendo en el sofá que jugando en el jardín.
Desde ese día algo en mí cambió. Sé que aunque un amigo se marche, siempre encontraré otro que también me ame, eso sí, a su manera.
©Liliana Mora León