jueves, 5 de marzo de 2015

Cuento: El mejor regalo para una princesa



Hace muchos años en un reino lejano, existía un Rey muy anciano. Al final de sus días, él conservaba un deseo sin realizar: casar a su hija, la única heredera de la corona.  

Pero la tarea, no era nada fácil. Desde que llegó a la edad de casarse, la princesa había rechazado a varios de sus pretendientes. Ella era diferente a otras princesas. Tenía una hermosura sin igual, con grandes rizos dorados, una piel de porcelana y ojos azules, tan profundos como el mar. A pesar de su gran belleza, brillaba en sencillez, no ostentaba lujos, y las joyas le parecían cosas inútiles.

La princesa disfrutaba de la naturaleza, del canto de los pájaros y las flores del jardín. Más de una vez, disfrazada como alguna de sus damas de compañía, escapaba entre la servidumbre para visitar un lago cercano al palacio. Era el lugar que más amaba de su reino, allí admiraba las bellas aves que migraban en algunos meses del año.

Una tarde mientras paseaba por la orilla del lago, creyó que había sido descubierta. Ella tropezó con un joven que asombrado pareció reconocerla, pero al final él siguió su camino y ella continúo tranquila con sus escapadas del palacio.

Llegaba el final de la vida del rey, así que ordenó a sus pregoneros visitar cada rincón de su tierra y otros reinos, dando este  mensaje: “El hombre más valiente que presente la joya más preciada para la princesa se casará con ella”.

Llegó la fecha convocada por el Rey, y así uno a uno, fueron llegando los caballeros a la corte, todos de familias nobles y muy ricos:

—Princesa, presento a vuestra merced esta corona de diamantes— dijo un noble príncipe que viajó desde un país lejano—, ha pertenecido a mi familia desde hace varios siglos, es la joya más valiosa que poseemos.

Luego, fue el turno para el segundo hombre:

—Honorable princesa, que mejor que un anillo con un enorme rubí, para realzar la belleza de sus delicadas manos de seda  —se expresó un rico comerciante —, he realizado un viaje hasta Asia donde invertí una fortuna para comprar una joya digna de una reina.

Después se presentó un hombre, alto y muy decidido:

—Su majestad, como conoceréis he viajado por el mar y conquistado tierras extranjeras —dijo el explorador con aplomo y orgullo—, a muestra de los tesoros encontrados os traigo este collar de esmeraldas, un botín obtenido en una gran batalla contra los nativos de otro continente.

Todas las joyas eran hermosas, y los hombres valerosos, pero la princesa no lograba decidirse. Ninguno había despertado su corazón. 

En ese momento, se escuchó un alboroto a la entrada del salón. Era un joven que deseaba entregar su regalo a la princesa. El Rey ordenó a los guardias que permitieran la entrada al muchacho.

Al entrar, la princesa vio a un joven alto y apuesto, con ropas sencillas pero pulcras. El joven, se postró ante la princesa y así le habló:

—Su majestad, soy un humilde granjero, no poseo tesoros, ni riquezas, ni títulos. Tampoco he ganado batallas en otros continentes —se expresó el joven—, pero vendí todo lo que poseía para comprar una vieja barca y realizar un viaje a una tierra remota. En el largo camino recorrido, vencí muchos obstáculos, para poner a sus pies este sencillo presente que espero alegre su corazón.

En ese momento, el joven colocó en el piso la bolsa tejida de fibras de paja que llevaba en su espalda, y un raro ruido salió de ella. —todos se preguntaban qué tesoro podía estar en un empaque tan ordinario y qué ruido era ese—. De allí, el joven saca con delicadeza un presente que la princesa con una gran sorpresa, observó con admiración: 

Era un hermoso Cisne Negro. Un ave majestuosa, de plumaje negro azabache y un elegante pico rojo. Un animal nunca antes visto en el reino.

Cuando la princesa vio tan hermosa ave, miró a los ojos al muchacho, y lo reconoció: él era el hombre con quien había tropezado aquella vez en el lago. El joven enamorado de la princesa, le había guardado su secreto, y se limitaba a cuidarla desde lejos de bandidos y ladrones.

La princesa, después de admirar cada presente, por fin se decidió:

  —Todos los honorables caballeros son dignos de desposar a cualquier princesa. Pero sólo uno ha traído el único presente capaz de alegrar mis días. Sólo uno me conoce tan bien para saber lo que más adoro. Sólo uno ha guardado mis secretos. Y sólo uno lo ha dado todo por conseguir este amor. 

En ese momento la princesa se inclinó y tomó entre sus manos al Cisne Negro y agregó: —Este es el hombre con el cual me casaré.

Dos lágrimas de alegría corrieron por las mejillas del joven. Mientras, asombrados y murmurando, los demás caballeros abandonaron indignados el salón. 

El Rey estaba orgulloso de la princesa, quien eligió el amor siguiendo los latidos de su corazón. Él podía morir en paz, ahora estaba tranquilo…ella gobernaría con justicia e igualdad.

El joven granjero y la princesa se casaron, en una hermosa pero sencilla boda a orillas del lago. Su historia corrió por todo el reino. Muchas leyendas surgieron sobre el ave, algunos, acostumbrados sólo a ver cisnes blancos, decían que era cosa de brujería. Otros, opinaban que el joven era un hechicero que había engañado a la princesa, sólo así un plebeyo podía conquistar a un princesa de tal belleza. 

Pero al final de los tiempos y después de una vida larga y fecunda juntos, brilló la verdad: el gran hechizo que hizo el joven granjero era su amor sincero.


© 2014 Liliana Mora León
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