La pequeña Sofía vivía en una lujosa mansión, llena de cuartos y más cuartos.
De pronto, al entrar nuevamente al cuarto de Sofía, la madre escuchó un ruido en el armario. Al abrir la puerta, encontró allí a la pequeña en un rincón, muy acurrucadita y con un pequeño gatico entre sus brazos.
—Tienes que dejarlo afuera, no puedes tener en casa a un animal callejero—ordenó la madre.
—¡No!¡Este es mi gato! —respondió la niña mientras lo apretaba fuerte contra su pecho, intentando que no saliera corriendo.
Unas lágrimas corrían por las mejillas de Sofía mientras su madre intentaba quitarle el pequeño gato.
Ella disponía de los mejores juguetes que el dinero pudiera comprar, pero no con quien jugar.
No tenía hermanos, ya que sus padres eran gente muy ocupada, y una hija era mejor que nada.
Amigos no conocía, sus padres evitaban que jugara con cualquiera.
Los perros y los gatos, tampoco estaban invitados, podían ensuciar tan hermoso lugar.
Adquirió fama de niña traviesa, y de sus aventuras más de una vez no salió ilesa.
Jugar a las escondidas, era su pasatiempo preferido. Y aunque nadie la buscara, ella seguía encontrando nuevos sitios para esconderse.
Una tarde, Sofía no aparecía. La madre comenzó a buscarla por todos lados: en cada uno de los 11 cuartos, en los 5 baños, la cocina, la despensa, la sala de visitas, el estudio, el cuarto de juegos, el comedor auxiliar y el principal...No lograba encontraba en esa casa tan inmensa.
No tenía hermanos, ya que sus padres eran gente muy ocupada, y una hija era mejor que nada.
Amigos no conocía, sus padres evitaban que jugara con cualquiera.
Los perros y los gatos, tampoco estaban invitados, podían ensuciar tan hermoso lugar.
Adquirió fama de niña traviesa, y de sus aventuras más de una vez no salió ilesa.
Jugar a las escondidas, era su pasatiempo preferido. Y aunque nadie la buscara, ella seguía encontrando nuevos sitios para esconderse.
Una tarde, Sofía no aparecía. La madre comenzó a buscarla por todos lados: en cada uno de los 11 cuartos, en los 5 baños, la cocina, la despensa, la sala de visitas, el estudio, el cuarto de juegos, el comedor auxiliar y el principal...No lograba encontraba en esa casa tan inmensa.
Buscó en los muebles de la cocina, en la lavadora, llegó a revisar hasta en las cestas de la ropa sucia, pero no estaba por ningún lugar. Parecía que se hubiera esfumado.
De pronto, al entrar nuevamente al cuarto de Sofía, la madre escuchó un ruido en el armario. Al abrir la puerta, encontró allí a la pequeña en un rincón, muy acurrucadita y con un pequeño gatico entre sus brazos.
Al ver a su mamá, con una voz muy bajita, le dice:
—¡Silencio mamá, que está dormido!
—¿Dónde encontraste ese animal? —preguntó la madre bastante enojada.
—Entró por la ventana —respondió la niña.
—¡Silencio mamá, que está dormido!
—¿Dónde encontraste ese animal? —preguntó la madre bastante enojada.
—Entró por la ventana —respondió la niña.
—Tienes que dejarlo afuera, no puedes tener en casa a un animal callejero—ordenó la madre.
—¡No!¡Este es mi gato! —respondió la niña mientras lo apretaba fuerte contra su pecho, intentando que no saliera corriendo.
Unas lágrimas corrían por las mejillas de Sofía mientras su madre intentaba quitarle el pequeño gato.
—Por favor mamá, permite que se quede, él es mi amigo —imploró la niña—. Es mi único amigo.
Esas últimas palabras resonaron en la cabeza de la madre, "mi único amigo".
—Nosotros tenemos una enorme casa y él no tiene dónde vivir. Tú me has dicho que tenemos que ayudar a los necesitados y él necesita una casa y quien lo cuide—agregó Sofía.
Eso era verdad, en varias ocasiones la madre hablaba de ayudar a otros, intentando que Sofía no se volviera una niña egoísta entre tanto lujo y comodidad. Las palabras de la pequeña la hicieron recapacitar:
—Bueno, está bien, puedes quedarte con él —respondió la madre—. Tienes razón hija, hay que ayudar al otro sin mirar a quién, y si llega a nuestra casa no podemos cerrarle las puertas.
—¡Ni las ventanas! —respondió Sofía muy feliz de poder conservar a su único amigo.
Eso era verdad, en varias ocasiones la madre hablaba de ayudar a otros, intentando que Sofía no se volviera una niña egoísta entre tanto lujo y comodidad. Las palabras de la pequeña la hicieron recapacitar:
—Bueno, está bien, puedes quedarte con él —respondió la madre—. Tienes razón hija, hay que ayudar al otro sin mirar a quién, y si llega a nuestra casa no podemos cerrarle las puertas.
—¡Ni las ventanas! —respondió Sofía muy feliz de poder conservar a su único amigo.
© 2014 Liliana Mora León
Que bonito 😍😍😍
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