jueves, 30 de octubre de 2014

Cuento sobre el amor: La última mariposa mágica


Cuenta la abuela, que hace mucho tiempo, volaban en estas tierras mariposas mágicas. Eran hermosas mariposas de cuerpo luminoso, y grandes alas azules con pequeños bordes rojos. Dice, que cuando volaban parecían estar tocando una bella melodía, que hipnotizaba a todo aquel que las veía.
Según la abuela, ella conoció una mariposa mágica, hace muchos, muchos años, antes que la gran ciudad creciera tanto, y se comiera al pequeño pueblo con sus árboles viejos y frondosos, miles de flores silvestres y pequeñas quebradas de aguas cristalinas.
Ella cree que fue un hechizo o algo así, pero cuando la vio por primera vez, nunca más dejó de pensar en la mariposa azul. Más, desde el día que la abuela de la abuela le contó, que las mariposas mágicas concedían un deseo a todo aquel que lograra amarlas.
Desde niña la abuela tenía un gran deseo: conocer el verdadero amor, y sabía con certeza que eso era lo que le pediría a la mariposa azul. Así que comenzó a plantar hermosas flores en el jardín de su casa y a dispersar semillas silvestres por todos los prados cerca de su hogar.
Con los meses, cientos de flores fueron creciendo, entre ellas: lavandas, margaritas, pensamientos, azucenas y azaleas. Llegaron muchos tipos de mariposas que disfrutaban del néctar de las flores de la abuela, pero no aparecía por ningún lado su anhelada mariposa azul.
Pero un día, después de varios años de paciente espera, vio por primera vez una mariposa azul. La mariposa se posó por unos instantes en una margarita y con su trompa tomaba el néctar de la flor, luego emprendió nuevamente el vuelo alejándose del lugar.
La mariposa regresó varias veces al jardín, se alimentaba de una flor y descansaba brevemente tomando el sol. La abuela intentaba atraparla con las manos pero la mariposa era muy rápida y emprendía el vuelo antes que pudiera lograrlo.
Una mañana mi abuela estaba decidida a capturarla para pedirle su deseo. Ya conocía las flores preferidas de la mariposa azul y la esperó allí, muy quieta y sin hacer ningún ruido. Cuando vio la mariposa posarse en una flor cercana, le arrojó rápidamente una vieja red que encontró en la casa. 

Después de mucho esperar por fin logró atraparla. No había ningún movimiento. Con mucha cautela abrió la red para evitar que la mariposa escapara antes de pedirle el deseo. Pero la mariposa no podía huir, tenía un ala rota, la red era tan pesada que logró dañarla. A pesar que intentaba volar una y otra vez, sus esfuerzos eran en vano y no lograba emprender el vuelo.

Mi abuela cuenta que entristeció enormemente cuando vio esa hermosa mariposa sin poder volar. Ese día lloró amargamente y se lamentó haberla lastimado, y le decía una y otra vez palabras que salían del fondo de su corazón: —Lo siento, lo siento mucho, no quería hacerte daño, perdóname por favor…te amo bella mariposa.

En ese momento, no sabía si la mariposa moriría prontamente, así que decidió pedirle su deseo antes que fuera demasiado tarde. Mirando a la frágil mariposa que sufría por su ala herida, sin dudarlo un segundo le dijo:

—Te he esperado mucho tiempo mientras he cuidado miles de flores para ti. Tú eres una hermosa mariposa mágica, que concede un deseo del corazón, yo te pido con amor y gratitud por tu gran belleza que... puedas volver a volar.

En ese momento ocurrió la magia; una de las lágrimas de la abuela se convirtió en esfera de luz y rodó rápidamente hasta el ala de la mariposa, al llegar a ella toda la mariposa se encendió en una hermosa luz, y pronto logró emprender su melodioso vuelo.

La abuela estaba feliz de verla nuevamente volar. Era verdad, la mariposa concedía el deseo. Ese fue el último día que vio a la mariposa azul en su jardín. 

Aunque la abuela pensó que con el vuelo de la mariposa, su deseo había terminado, no fue así. Ese día, conoció a su nuevo vecino, un joven de alma buena, que con el tiempo fue su gran amor...mi abuelo.

A veces cuando ayudo a la abuela a arreglar sus flores me dice:

—Aunque nunca veas una mariposa azul, no olvides que la magia está en el verdadero amor.

Y yo, cuando miro a la abuela y al abuelo juntos, sé que es así.

© 2014 Liliana Mora León

Imagen gif: http://www.canalgif.net/Gifs-animados/Insectos-y-gusanos/Mariposas.asp?Page=4

miércoles, 8 de octubre de 2014

Cuento sobre la discapacidad: Un sueño hecho canción



Ramón es un joven que ama cantar. Desde que descubrió la música comenzó a tararear canciones. Las clases de música de los martes y viernes, son sus preferidas. Ahora toca la guitarra, pero sin duda, lo que más adora es cantar.

En ocasiones Ramón se ofrecía para cantar, pero siempre le respondían: ¡NO! !TÚ NO!Algunos estudiantes dicen que es “raro” o “lento”, y los maestros temen que olvide las canciones o suene desentonado. 

Por lo general, Ramón vivía aislado del resto y era victima frecuente de las bromas y los malos tratos de otros estudiantes. Pero él tenía un gran sueño que lo mantenía motivado a pesar de todo.

El concurso de música del colegio era la gran oportunidad que tenía Ramón para cumplir su sueño. Los concursantes tenían que enviar una grabación de su canción y utilizar un seudónimo. Los sobres con los nombres reales, permanecerían sellados hasta el día de la premiación.

Así que puso manos a la obra. Después de pensarlo, eligió la canción, la ensayó una y otra vez, y con la ayuda de su padre la grabó. El mismo quedó sorprendido cuando escuchó su voz por primera vez en una grabación, estaba tan feliz, que brincó de alegría por todos lados al sentir que podía ser el ganador.

Después de varias semanas de una larga espera, por fin llegó el día de la premiación. La calificación del jurado era importante, pero también contarían los aplausos del público para definir al ganador.

Al iniciar la canción de Ramón, nadie lograba reconocer aquella hermosa voz; grandiosa, clara y con una fuerza increíble. Al concluir la canción todos comenzaron a aplaudir emocionados, nunca habían escuchado en el colegio algo así.

¡Uff, tengo suerte que nadie sepa quién canta! —pensaba Ramón—, de lo contrario nadie me aplaudiría, ellos creen que soy un tonto.

Aún faltaba la decisión final del jurado, quienes después de deliberar un corto rato, dieron así el nombre del ganador:

— Por decisión unánime del jurado el ganador del concurso de la canción es: “Soñador”.

—¡Ese es! ¡Ese es! ¡Ese es! —coreaban todos mientras aplaudían.

Después de más vivas y más aplausos, todos guardaron silencio a la espera de conocer el nombre real de “Soñador”. Mientras; el rector subió a la tarima, abrió el sobre sellado, y sin salir del asombro expresó:

—El ganador del concurso del mejor cantante es… Ramón Pérez García, de séptimo grado.

Al oír el nombre, los compañeros de salón y profesores de Ramón, quedaron asombrados y con la boca abierta, ¡No lo podían creer! Nunca imaginaron que aquel joven pequeño, con ojos achinados y extremadamente tímido, fuera el ganador.

Cuando salió feliz a recibir el premio, los más sorprendidos fueron aquellos que lo molestaban diciéndole: “Ramón el mongol”, no porque fuera de Mongolia, sino porque nació con una rara enfermedad que algunos despectivamente llaman “mongolismo”. Ellos recibieron una gran prueba que él no era ningún tonto.

Desde ese día, todo cambió para Ramón, ya no era el chico raro y lento que muchos discriminaban, sino un gran triunfador. Todos querían tenerlo de amigo, más aún, después que ganó un concurso en la televisión nacional. 

Ramón, sigue cosechando éxitos y demostrando al mundo que alcanzar los sueños es posible para quien cree en ellos...no importa lo que piensen o digan los demás.

©Liliana Mora León

martes, 7 de octubre de 2014

Cuento sobre la vida: Los papeles del Teatro
























En la clase de teatro, la maestra explicaba a los estudiantes que el color tenía la capacidad de representar el estado de ánimo de las personas. 

Luego, colocó muchas hojas de papel, cada una de un color diferente e indicó al grupo:

—Jóvenes, cada uno elija un color que represente sus sentimientos en este momento.

—Yo elijo blanco, como mi balón —dijo el chico deportista más famoso del colegio—, me eligieron para la selección de fútbol de menores ¡Soy todo un campeón!

—Amarillo oro, es el mío —escogió un joven cuya familia era multimillonaria—, ¡Estoy feliz! Mi madre prepara una fiesta fabulosa para mi próximo cumpleaños.

—Rosa —prefirió el muchacho más popular por ser super guapo— ¡Me siento fantástico! Logré una nueva campaña de modelaje para el verano.

Cuando los estudiantes más sociables y populares terminaron de participar, llegó el turno para los más callados de la clase. Ninguno de ellos quería escoger un color, pero ante la amenaza de un cero de la maestra, no les quedó otra opción.

­—Verde sapo —dijo uno bastante apenado—, la chica que me gusta ni siquiera me mira —calló un rato antes de decir con la voz partida—, me ha dicho que…“ella no besa sapos”.

­—Rojo encendido —agregó un estudiante de baja estatura—, estoy furioso con el grandulón que en el recreo me golpea y se lleva mis onces.

Por último, le llegó el turno al “nuevo”, un estudiante que gracias a sus notas ganó una beca para estudiar en el prestigioso colegio. Eran varios los apodados que le tenían por no tener tanto dinero como los demás: “Pobretón”, “Rata” o “Don Nadie”.

—Negro —habló con voz baja y apagada— y tan oscuro como el tiempo que he estado en este colegio —dijo mientras retenía con fuerza unas lágrimas para no dejarlas rodar por sus mejillas, no quería que se notara que le dolían aquellos apodos y el rechazo del grupo.

Luego de escuchar los comentarios de los estudiantes la profesora dijo:

—En la vida, nuestras emociones y situaciones son cambiantes —explicó la maestra, mientras recogía uno o uno los papeles escogidos por los estudiantes.
Después, los reorganizó y repartió nuevamente en el grupo.

—Ahora, cada uno tiene otro color —explicó la profesora—, pero uno del grupo contrario al que inicialmente escogieron. La tarea es representar a la persona que en la primera parte eligió el color, comprendiendo sus sentimientos y actuando su vida.

Al campeón de fútbol esta vez le tocó el color rojo, y representó al chico solitario golpeado por el más grande. A su vez, el más pequeño saboreó la gloria de ser el más famoso futbolista del colegio y tener todo un equipo para defenderlo, ante cualquiera que intentara golpearlo.

El modelo rosa, pasó a ser el verde sapo, a quien nadie quiere besar. Por el contrario, el chico que se creía feo y poco atractivo, asumió el papel del modelo admirado y deseado por todas las chicas.

Al joven multimillonario, esta vez le tocó el negro, y sintió la tristeza de estudiante rechazado por ser pobre. En esa clase, por fin le brilló el oro al estudiante nuevo, quien imaginó su primera fiesta de cumpleaños con todos los chicos de la clase... ¡Era fantástico ser aceptado!

Una vez finalizado el ejercicio, un grupo de los estudiantes sonreían y otros estaban muy pensativos. Luego, la maestra les dijo:

— La vida es como una obra de teatro. Así como hoy cambiamos los colores, la vida nos pueda girar las circunstancias en cualquier momento. Por eso; si hoy tienes colores alegres compártelos con los que no los tienen; y si hoy te tocaron los colores tristes, tampoco olvides que son temporales.

¡En la vida todo pasa y no puedes permanecer siempre en el mismo papel! —concluyó la maestra.

Es verdad, pocas cosas cambiaron en el grupo después de esa clase de teatro, pero para algunos estudiantes, esos pocos minutos revivieron la esperanza de una mañana mejor.

Y tú ¿qué color tienes el día de hoy?

©Liliana Mora León

viernes, 26 de septiembre de 2014

Cuento sobre el valor: El pajarito valiente


Erase un país lejano, destinado a ser gobernado por una bella princesa, la única hija del rey.

—Hija tienes que aprender a ser valiente —le decía el Rey a su hija, cuando tan sólo tenía cinco años.

Siendo tan chica, no entendía muy bien que significaba “ser valiente”, así que una tarde mientras daba un paseo por los jardines del palacio con su madre le preguntó:

—Mamá ¿Qué es ser valiente?

—¿Ser valiente? —preguntó la Reina mientras buscaba una respuesta que la niña pudiera entender.

—Papá me dice que toda princesa tiene que ser valiente —explicó la chiquilla—, pero no entiendo que es.

En ese momento observaron un pajarito en el suelo, y vieron que tenía un ala malherida. La reina intentó con cautela capturarlo para ayudarlo, pero el pajarito corrió rápidamente. Era un pájaro silvestre acostumbrado a vivir en libertad.

La reina persiguió al ave por un buen rato. Cuando el pajarito se sintió acorralado, comenzó a lanzar pequeños picotazos para alejar las manos que querían atraparlo, pero sus esfuerzos fueron en vano. Finalmente, la Reina logró cogerlo.

En un instante, cuándo la reina abrió la mano para observarlo,  el pajarito sacó nuevamente fuerzas, tomó un impulso y comenzó a volar. Con el ala herida el vuelo para él fue difícil y le costó muchísimo trabajo subir a la copa de un árbol cercano, dónde se puso a salvo.

—¿Viste lo que hizo el pajarito? —preguntó la reina a la niña.

—¡Sí! —respondió asombrada la princesa— ese pajarito tan pequeñito, tenía un ala herida, pero luchó tanto que logró escapar.

La madre le respondió:

­—Hija… ¡Eso es ser valiente!

La princesa, preocupada por el animalito, lo buscaba con frecuencia entre las ramas del árbol, y le dejaba cerca semillas y agua. Hasta que un día, el pajarito emprendió el vuelo llevando en su pico una bella flor.  

La princesa nunca olvidó al pajarito, y cuando llegó a ser Reina fue reconocida por su gran valentía, defendiendo a su reino de muchos invasores y piratas que querían robarle su libertad.

©Liliana Mora León

martes, 23 de septiembre de 2014

Cuento sobre el perdón: El preso y las hormigas



Hace pocos años, en un país remoto, un hombre se encontraba retenido en la peor prisión de aquel reino de dictadores. Estar allí era toda una pesadilla, un sueño horripilante que parecía no tener despertar. 

Aunque el hombre era inocente, los guardias lo torturaban frecuentemente buscando información, y después de varias horas de crueles castigos lo arrojaban malherido a la celda.

En aquel lugar muchos morían; algunos por los golpes de los guardias, otros por las riñas entre los presos y muchos de hambre: sólo recibían un pequeño plato de comida horrorosa cada viernes, que devoraban ansiosos como si fuera un manjar digno de reyes.

El hombre fue retenido a la fuerza y su amada familia desconocía su paradero. En ese aislamiento se sentía completamente desilusionado y sin la ayuda de nadie. Al pasar los días, y saber de la muerte de otros presos, perdía toda esperanza de sobrevivir en aquel lúgubre lugar.

Las únicas compañeras permanentes eran unas pequeñas hormigas, las cuales tenían un camino que cruzaba la celda para llegar a la cocina. Al principio, el preso tenía miedo que las hormigas lo mordieran o lo picaran, por ese motivo comenzó a pisarlas fuertemente para acabar con ellas.

Cuando las hormigas se enteraron de la muerte de sus hermanas, más y más hormigas llegaban para defenderse del hombre que quería terminar con ellas. Ese día, varias hormigas alcanzaron a subir por los pies del hombre, y en sus piernas dieron algunos mordiscos y picotazos. Después de varios intentos, saltos, golpes, gritos, volteretas y rabietas el hombre logró librarse de todas las hormigas;  mientras ellas levantaban los restos de sus compañeras y corrían al hormiguero. 

Con el paso de los días, el hombre debilitado por el hambre y sumido en la tristeza, simplemente lloraba, lloraba y lloraba, al ver el desfile de hormigas que vagaban libres de un sitio a otro. Ellas, como siempre, caminaban presurosas cargando algunas cosas mientras escuchaban los lamentos del preso.

Una tarde, el hombre observó que la fila de las hormigas estaba encabezada por una hormiga más grande que las otras, y que parecía ser la líder del grupo. Aquella era una hormiga guerrera, experta en defender al hormiguero.

El hombre miró detenidamente al insecto, y a su vez ella se detuvo frente a él y lo observaba fijamente. Al mismo tiempo, todas las hormigas pararon la marcha. 

Por el tamaño de la hormiga y el gran aguijó que tenía, el hombre sabía que aquella hormiga podía ser muy venenosa. Sintió mucho miedo de aquel grupo y corrió a la ventana intentando una salida, pero era imposible escapar.

En la celda todo era silencio, la hormiga guerrera dio un paso adelante, mientras el hombre comenzaba a sudar y el miedo lo hacía temblar. En un momento la hormiga hizo una venia con la cabeza en señal de saludo al hombre. Él hizo lo mismo, bajando y subiendo la cabeza sin perder de vista a la gran hormiga, temía que en cualquier momento iniciara el ataque.

La hormiga guerrera dio un pequeño chirrido y las demás compañeras fueron caminando de dos en dos, de manera muy ordenada. El humano sintió cerca su final, si todas las hormigas atacaban al tiempo, no tendría oportunidad de escapar, moriría en aquella celda picoteado por los insectos.

Comenzó la marcha, miles de hormigas caminaban en dirección al hombre, él imploraba de rodillas la ayuda a Dios. Miraba con angustia cómo los insectos acortaban la distancia, y cuando llegaron a su lado, cerró sus ojos dándose por vencido. 

Pasaron algunos minutos y no sintió ningún picotazo. Abrió los ojos y para su sorpresa las hormigas no lo atacaron, por el contrario, dejaron en el piso restos de una manzana, pan, verduras y otros alimentos. Eran tantas las hormigas que le traían una parte de comida, que aquél día el hombre cenó mejor que cada viernes y le sobró para el resto de la semana.

Las hormigas no estaban en son de guerra, traían un mensaje de perdón. El hombre aceptó el pacto de paz con las hormigas. Él olvidó las mordeduras que recibió de las pequeñas, y ellas perdonaron  al hombre por todas las hormigas que murieron con sus pisadas. Desde ese día el preso las dejó seguir su camino sin intentar destruirlas. Ellas por su parte, al regresar de la cocina, siempre le dejaban miles de migajas que lo ayudaron a sobrevivir.

Así el hombre y las hormigas aprendieron a perdonar y a compartir la misma celda y la misma comida; él prisionero y ellas en libertad. 

A veces la ayuda llega de quienes menos esperas, y tus enemigos pueden llegar a ser tus mejores amigos –decía el hombre quien recuperó la esperanza y con los años fue liberado de aquel lugar.


©Liliana Mora León

viernes, 19 de septiembre de 2014

Cuento sobre el amor y la familia: Una estrella de oro



Fue una noche de septiembre con un cielo inmensamente estrellado, la que el abuelo eligió para despedirse del pequeño Juan. Quería darle a su amado nieto un recuerdo para toda la vida, algo que jamás olvidaría.

—Juan, esta noche quiero darte un regalo especial —dijo el abuelo.

—¿Qué regalo abuelo?—preguntó el pequeño muy feliz—, ¡Pero si todavía no es la navidad!

—No es navidad, es cierto, pero todos los días son buenos para recibir un regalo —respondió el abuelo seguro que para las fiestas de fin de año él ya no estaría en casa.

Mientras Juan esperaba sentado en la vieja canoa del abuelo, él sacó de su bolsillo un objeto de metal dorado que destelló levemente a la luz de la luna. Lo tomó en la mano y con su pañuelo lo frotó suavemente haciendo que brillara aún más.

—¡Qué estrella más bonita! —respondió Juan muy emocionado—, ¡Gracias abuelo!¡Nunca he visto una igual!

—Es una estrella que hice especialmente para ti —respondió el abuelo que tenía un gran don para hacer objetos hermosos con sus manos.

—¡Es muy brillante! —dijo el niño asombrado que su estrella brillaba más que las del cielo.­ 

—La estrella brilla así porque es de oro —le explicó el abuelo al nieto.

—¿De verdad es de oro? —preguntó Juan extrañado de tener tal fortuna—. ¡Pero si somos muy pobres!

—Sí, está hecha de pequeñas chispitas de oro que recogí en el río durante toda mi vida—explicó el abuelo­—. Esta estrella es toda la riqueza material que puedo heredarte.

—¡Gracias... Gracias... Gracias abuelo! —repetía sin cesar—. La cuidaré siempre... ¡Esta estrella es mi tesoro!

—Querido Juan, con el tiempo descubrirás cuál es el verdadero tesoro del hombre  —le dijo el abuelo mientras caminaban de regreso a casa con pasos lentos y descansos seguidos.

En ese momento Juan no sabía que la estrella era la despedida y el último regalo del abuelo, quien algunas semanas antes de la navidad dejó la tierra para subir al cielo.

Juan fue creciendo, y a pesar que el abuelo ya no estaba sentía que siempre lo acompañaba. Cada vez que miraba la estrella recordaba algún momento de felicidad vivido con el abuelo, esos recuerdos eran como chispitas de oro que lo animaban cuando estaba triste.

Con el paso de los años Juan comprendió el mayor tesoro que le había dejado el abuelo: "su amor" que a pesar del tiempo seguía brillando más que su estrella de oro. 

©Liliana Mora León

jueves, 18 de septiembre de 2014

Cuento sobre la perseverancia: El viaje al Cotopaxi




En la excursión de fin de curso, el profesor daba las explicaciones al grupo antes de iniciar el ascenso de la montaña:

—El Cotopaxi es una montaña majestuosa del Ecuador. Según los datos históricos, ha perdido gran parte de su nieve por el calentamiento global —dijo el profesor—. Nadie sabe a ciencia cierta, en cuanto tiempo perderá toda la nieve. ¡Esta puede ser su última oportunidad para conocerla!

Después de las palabras del profesor, todos los chicos bajaron del autobús, organizaron sus morrales y comenzaron a subir la montaña;  estaban llenos de ganas y entusiasmo por conocer la nieve en su país tropical. Pero con el avance del tiempo, los pasos eran muy lentos con cada metro que se ascendía; respirar costaba más trabajo y avanzar era una tarea realmente complicada.

Muchos se fueron quedando por el camino, algunos decidieron devolverse al autobús; otros llegaron solo hasta el primer refugio y decidieron quedarse allí, tomando una bebida caliente.

Solamente tres estudiantes continuaron el ascenso. Ninguno sabía que tanto tiempo faltaba para llegar a la cima. Uno de los jóvenes ya cansado comenzó a preguntase:¿qué pasará si el autobús nos deja?¿quién vendrá a rescatarnos si nos pasa algo?¿existirá algún animal peligroso cerca a la cima?... Lleno de dudas y miedos, decidió parar y no continuar el ascenso, a pesar de la insistencia de sus amigos.

Mientras él se hacía preguntas y preguntas, veía a sus compañeros continuar el camino y desaparecer en la distancia. Después de casi una hora ya estaba oscureciendo; el sol se había ocultado y la noche estaba llegando. De pronto, el joven comenzó a escuchar voces, pensó que eran otros caminantes que descendían. Poco a poco se fueron acercando al sitio donde él estaba, y al escuchar con atención reconoció las voces de sus amigos.

Ellos ya regresaban felices y hablaban de lo hermosa que era la nieve en la cima de la montaña; de la sensación de estar allá arriba con el sonido del viento; de lo blanca y radiante que era la nieve y de lo mucho que se divirtieron jugando con ella.

El joven entristeció enormemente, le faltaba tan poco para llegar a la cima. Lamentaba haberse dado por vencido antes de tiempo.

—Por miedo he perdido ésta oportunidad —pensó para sí mismo—. Pero la próxima vez no abandonaré la subida y conoceré la nieve del Cotopaxi —se propuso a sí mismo antes de regresar al refugio.


©Liliana Mora León

viernes, 12 de septiembre de 2014

Cuento sobre la amistad: Chiky y Nando en la tina


Chiky y Nando son buenos amigos. Chiky, es un pequeño elefante, que nació en África,  el menor de su familia. Nando, es un pato con lindas y suaves plumas amarillas y un elegante pico naranja.

Los dos amigos tienen algo en común: ¡Aman Nadar! Nando, nada en su tina de baño, que para él es como una gran piscina. Pero Chiky, por su tamaño necesita de un río o el mar para poder nadar, y ambos quedan muy lejos de su nueva casa.

Una tarde muy calurosa, Chiky observó a Nando mientras nadaba en su tina. Sintió nostalgia de su amada África, dónde libremente tomaba un baño cuando sentía calor. Ahora, en ese baño, él también quería refrescarse, así que le preguntó a Nando:

—Amigo ¿Me prestas tu tina para darme un buen baño?

A lo que el pequeño Nando le respondió:

—Me gustaría hacerlo, pero es muy pequeña, y tú eres grandísimo. 

—He visto muchas veces el tamaño, y creo que podemos compartirla aunque estemos un poco incómodos —dijo Chiky—. Además, amigo mío, ¡Ya no soporto tanto calor!

Nando escuchó las palabras de su amigo, y tenía miedo que su amada tina se rompiera en mil pedazos por el peso de Chiky. Observó a su amigo elefante y notó que sudaba por todos lados. Además, se veía muy triste. El pequeño Nando pensó que era por estar tan lejos sus padres, que aún vivían en África. 

Para Nando era importante ayudar a su amigo, así que  a pesar del miedo de perder su hermosa tina, le respondió:

—Bueno, está bien, tienes razón hace mucho calor y los dos necesitamos un buen chapuzón.

Chiky, estaba emocionado, ingresó al agua fría con extremo cuidado, primero una pata y después la otra, se sentó en su enorme cola y comenzó a disfrutar de un rico baño con agua y jabón.

Nando quedó tranquilo cuando no le pasó nada a su tina; además se sorprendió al ver a su amigo tomar el jabón con su trompa y llevarlo a cada parte de su enorme cuerpo.

¡Eso sí es un buen baño! —dijo Nando—. Yo no tengo trompa ni manos para coger el jabón, por eso nunca lo uso.

—Si quieres, yo puedo enjabonarte —le propuso Chiky—. Así tus plumas quedarán mucho más limpias y tendrás un delicioso olor a perfume.

—¡Claro que sí quiero! —contestó Nando­­— ¡Voy a quedar muy guapo!

Chiky enjabonó con mucho cuidado a su pequeño amigo, hasta que no salió más mugre. Después los dos amigos se enjuagaron, y disfrutaron de la tina; reían y cantaban muy contentos. Fue divertido jugar con las burbujas de jabón que Chiky soplaba con su larga trompa. 

Ese día, los amigos vivieron el mejor baño de sus vidas, al final los dos salieron ganando: Nando quedó muy guapo...como él quería, y Chiky se pudo refrescar y reír como cuando vivía en su amada África.

©Liliana Mora León

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Cuento sobre la creatividad: ¿Cómo darías luz a la noche?


















En una hermosa noche de luna llena y cielo estrellado, tres amigos compartían sueños e ilusiones, e imaginaban locas historias de ficción.

Uno de ellos preguntó:

— Si la noche fuera muy oscura ¿Cómo darían luz a la noche?

Después de pensarlo un poco habló el primero, un chico muy inteligente, amante de la tecnología y los experimentos:

—Yo, subiría a la luna con una escalera larguísima. Una vez allí, le colocaría una pila enorme, que se recargue de día con la luz del sol. Así habría luna llena todo el año.

Después dijo el segundo, un chico amante de la diversión, de los viajes y la aventura:

—Yo, traería a Polaris, la famosa estrella polar que guía a todos los viajeros. Como queda tan lejos de la tierra, la atraparía con una red potente y la colgaría más cerca. Alumbraría tanto como la luna, pero con forma de estrella.

Por último, habló una niña poseedora de una gran imaginación, amante de las historias de fantasía y de la naturaleza:

­—Yo quisiera tener una varita mágica y convertirme en una gran luciérnaga. Tendría mis alas para volar libre a cualquier lugar. Y también poseería una luz propia, que prenda y apague como las luces de navidad. ¡Yo sería  una estrellita de la tierra!

Esa noche, los pequeños descubrieron que no es necesario que te gusten las mismas cosas para ser amigos. Ellos aprendieron que existen diversas soluciones para un mismo problema, todo depende de dar rienda suelta a la imaginación.

Y tú: ¿Cómo darías luz a la noche?...de seguro tienes otra idea maravillosa.


©Liliana Mora León

martes, 26 de agosto de 2014

Cuento sobre el amor al prójimo: Mishka "un regalo de amor"

Cathi, una periodista de un país muy rico, viajó a la India, y mientras caminaba cerca al hotel un niño se le acercó y le dijo:
—Señora, por favor, cómpreme un par de zapatos.
Ella bajó la cabeza para ver quien le hablaba. Al hacerlo, vio a un pequeño niño, con la ropa rota y muy sucia, y los pies descalzos.
—Por favor señora, necesito zapatos —volvió a repetir el niño.
—¿Cuál es tu nombre? —preguntó la mujer.
—Mishka —respondió el niño, y sabiendo que su nombre era especial agregó—; y significa “regalo de amor”.
—Mi nombre es Cathi —se presentó ella, mientras sonreía del ingenio del pequeño—, y hoy te daré ese regalo que me pides.
Al frente del lugar había un almacén, entraron y compraron los zapatos que el niño eligió. Al salir, Mishka dio las gracias y se marchó muy contento.
Otro día, nuevamente el niño, al verla salir del hotel, le pide un par de zapatos.
—¿Qué hiciste los que te compré? —preguntó Cathi.
—Los he regalado porque me quedaron pequeños —dijo Mishka algo apenado, pero con una leve sonrisa.
—Bueno, está bien —respondió Cathi después de poner a prueba su generosidad—. Yo también, más de una vez, compré zapatos que después me apretaron los pies.
Entraron a la tienda y compraron un nuevo par de zapatos, esta vez más grandes que los anteriores. El niño salió feliz con su regalo.
El tercer día, ocurre la misma escena, pero esta vez Mishka le pedía zapatos a otro turista. Cathi, como buena periodista decide poner atención a lo que pasaba y escuchó:
—Me parece que esos zapatos son de niña —le dijo el hombre a Mishka.
—Señor, estos son los zapatos que me gustan, así se usan en la India —respondió Mishka con algo de picardía.
El hombre decidió comprarle los zapatos al gusto del niño, al fin de cuentas eran zapatos muy baratos, y qué sabía él de la moda en la India.
Cathi al ver a Mishka salir del almacén y separarse del turista, lo siguió sigilosa, para no ser descubierta.
—¿Mishka está engañando a los turistas? ¿Trabajará para algún ladrón que explota a los niños?, se preguntaba Cathi  mientras lo seguía por diversas calles de la ciudad.
Al final, llegaron a un callejón sin salida; era un sitio sucio y oscuro, que se veía bastante peligroso. Mishka dio un silbido, y después otro más fuerte, y de la nada comenzaron a llegar niños y niñas; todos muy pobres y más pequeños que Mishka.
Una niña sin zapatos salió presurosa dando brincos y diciendo:
—Mishka, ¿Me has traído mis zapatos?
—Sí —respondió el niño con una gran sonrisa—, por fin he podido traerlos, me los ha comprado un turista.
Cathi observó en el rostro de la niña una gran felicidad al probarse  sus zapatos, y aunque sus pies eran mucho más pequeños, inmediatamente salió a correr con  ellos. Al fijarse bien, también reconoció que dos niños llevaban puestos los zapatos que ella le había comprado a Mishka, mientras él seguía descalzo.
Ese día Cathi descubrió porque Mishka era: “Un regalo de amor”.
 ©Liliana Mora León

viernes, 22 de agosto de 2014

Cuento sobre el amor y la vida: Un ángel en la tierra

Había una niña que se llamaba Bella, y desde muy chica, brillaba por su mirada radiante, una sonrisa contagiosa y una luz que todo lo iluminaba. Quienes la conocían siempre decían: “Que bello angelito”. 

A los cinco años, ella hacía lo mismo que cualquier niña de su edad: jugar, bailar, cantar, dibujar, saltar, reír y otras cosas divertidas. Pero de noche, desplegaba sus alas de ángel y viaja en sueños a sitios extraordinarios, dónde descubría el mundo y sus fantásticos habitantes.
Una noche viajó al pasado, y llegó al Jardín Colgante de Babilonia, allí conoció a una hermosa mariposa, quien le contó que dicho jardín había sido el regalo de un rey para su amada reina que estaba muy triste, pero ahora eran solo ruinas. También le contó a Bella, que una mariposa tan sólo vive unas semanas o unos pocos meses, su vida era muy corta.
—¡Que pesar que las cosas lindas duren tan poco! —dijo Bella a la mariposa.
—En la tierra todo pasa —le dijo la mariposa a la niña— por eso: No olvides valorar el tiempo.
Otra noche, voló a un desierto de África dónde esperaba encontrar algún animal fuerte y gigante, como un rinoceronte o un león; pero no fue así,  halló a un pequeño ratón, despierto y trabajando muy feliz entre la arena y las piedras. 
—Siendo tan pequeño ¿cómo puedes vivir en tan peligroso lugar? —preguntó Bella al ratoncito.
­El diminuto animal, le contó como fabricaba su madriguera en la arena y almacenaba comida para poder sobrevivir, su secreto era trabajar cuando los otros dormían.
—Si no eres muy grande, tienes que ser más inteligente —le respondió el ratón­­—,y para ser inteligente: No olvides aprender de todos, aún de los más pequeños.
El último viaje fantástico fue a la India. Allí sí vio a un enorme animal. Era un elefante, tan fuerte como 20 caballos,  con grandes orejas y una larga trompa. Él era el amo de la manada, y le dijo un secreto extraordinario: hace  miles de años los elefantes podían volar.
—¿Por qué ya no pueden volar? —preguntó la niña.
—Porque se necesitan alas para volar —respondió con nostalgia el elefante—, y las nuestras se convirtieron en dos grandes orejas cuando dejamos de amar.
Por eso, pequeña niña si no quieres dejar de volar no olvides practicar la bondad.
Y así, Bella fue creciendo con todas las enseñanzas de sus nocturnos amigos. Aprovechaba al máximo cada día, aprendía de todos y lo más importante amaba con el corazón, lo cual la hacía parecer un ángel en la tierra. 

 © 2014 Liliana Mora León
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