Hace muchos años en un reino lejano, existía un Rey muy anciano. Al final de sus días, él conservaba un deseo sin realizar: casar a su hija, la única heredera de la corona.
Pero la tarea, no era nada fácil. Desde que llegó a la edad
de casarse, la princesa había rechazado a varios de sus pretendientes. Ella era
diferente a otras princesas. Tenía una hermosura sin igual, con grandes rizos
dorados, una piel de porcelana y ojos azules, tan profundos como el mar. A
pesar de su gran belleza, brillaba en sencillez, no ostentaba lujos, y las
joyas le parecían cosas inútiles.
La princesa disfrutaba de la naturaleza, del canto de los
pájaros y las flores del jardín. Más de una vez, disfrazada como alguna de sus
damas de compañía, escapaba entre la servidumbre para visitar un lago cercano
al palacio. Era el lugar que más amaba de su reino, allí admiraba las bellas
aves que migraban en algunos meses del año.
Una tarde mientras paseaba por la orilla del lago, creyó que
había sido descubierta. Ella tropezó con un joven que asombrado pareció
reconocerla, pero al final él siguió su camino y ella continúo tranquila con
sus escapadas del palacio.
Llegaba el final de la vida del rey, así que ordenó a sus
pregoneros visitar cada rincón de su tierra y otros reinos, dando este mensaje: “El
hombre más valiente que presente la joya más preciada para la princesa se
casará con ella”.
Llegó la fecha convocada por el Rey, y así uno a uno, fueron
llegando los caballeros a la corte, todos de familias nobles y muy ricos:
—Princesa,
presento a vuestra merced esta corona de diamantes— dijo un noble príncipe que
viajó desde un país lejano—, ha pertenecido a mi familia desde hace varios
siglos, es la joya más valiosa que poseemos.
Luego,
fue el turno para el segundo hombre:
—Honorable princesa, que mejor que un anillo
con un enorme rubí, para realzar la belleza de sus delicadas manos de seda —se expresó un rico comerciante —, he
realizado un viaje hasta Asia donde invertí una fortuna para comprar una joya
digna de una reina.
Después se presentó un hombre, alto y muy decidido:
—Su majestad, como conoceréis he
viajado por el mar y conquistado tierras extranjeras —dijo el explorador con
aplomo y orgullo—, a muestra de los tesoros encontrados os traigo este
collar de esmeraldas, un botín obtenido en una gran batalla contra los nativos
de otro continente.
Todas las joyas eran hermosas, y los hombres valerosos, pero la princesa no lograba decidirse. Ninguno había despertado su corazón.
En ese momento, se escuchó un alboroto a la entrada
del salón. Era un joven que deseaba entregar su regalo a la princesa. El Rey
ordenó a los guardias que permitieran la entrada al muchacho.
Al entrar, la princesa vio a un joven alto y apuesto, con
ropas sencillas pero pulcras. El joven, se postró ante la princesa y así le habló:
—Su majestad, soy un humilde granjero,
no poseo tesoros, ni riquezas, ni títulos. Tampoco he ganado batallas en otros
continentes —se expresó el joven—, pero vendí todo lo que poseía para comprar
una vieja barca y realizar un viaje a una tierra remota. En el largo camino recorrido, vencí muchos
obstáculos, para poner a sus pies este sencillo presente que espero alegre su corazón.
En ese momento, el joven colocó en el piso la bolsa tejida
de fibras de paja que llevaba en su espalda, y un raro ruido salió de ella. —todos se preguntaban
qué tesoro podía estar en un empaque tan ordinario y qué ruido era ese—. De allí, el joven
saca con delicadeza un presente que la princesa con una gran sorpresa, observó con admiración:
Era un hermoso Cisne Negro. Un ave majestuosa, de plumaje negro azabache y un elegante pico rojo. Un animal nunca antes visto en el reino.
Cuando la princesa vio tan hermosa ave, miró a los ojos al muchacho,
y lo reconoció: él era el hombre con quien había tropezado aquella vez en el
lago. El joven enamorado de la princesa, le había guardado su secreto, y se
limitaba a cuidarla desde lejos de bandidos y ladrones.
La princesa, después de admirar cada presente, por fin se decidió:
—Todos
los honorables caballeros son dignos de desposar a cualquier princesa. Pero
sólo uno ha traído el único presente capaz de alegrar mis días. Sólo uno me
conoce tan bien para saber lo que más adoro. Sólo uno ha guardado mis secretos.
Y sólo uno lo ha dado todo por conseguir este amor.
En
ese momento la princesa se inclinó y tomó entre sus manos al Cisne Negro y agregó: —Este es el hombre con el cual me casaré.
Dos lágrimas de alegría corrieron por las mejillas del joven. Mientras, asombrados y murmurando, los demás caballeros abandonaron indignados el salón.
Dos lágrimas de alegría corrieron por las mejillas del joven. Mientras, asombrados y murmurando, los demás caballeros abandonaron indignados el salón.
El
Rey estaba orgulloso de la princesa, quien eligió el amor siguiendo los latidos
de su corazón. Él podía morir en paz, ahora estaba tranquilo…ella gobernaría con justicia e igualdad.
Pero al final de los tiempos y después de una vida larga y fecunda juntos, brilló la verdad: el gran hechizo que hizo el joven granjero era su amor sincero.
© 2014
Liliana Mora León
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