Hace
muchos años en una hermosa tarde del mes de agosto, Ana ensayaba en el jardín sus últimos pasos de baile, mientras su madre descansaba tomando el sol. Nunca se imaginó que ese día descubriría algo mágico.
—Mamá,
cuando sea grande quiero ser una gran bailarina —le dice Ana.
—Hija,
si es lo que más te gusta hacer, hazlo siempre que quieras —le responde la
madre.
—Sííí…,
adoro bailar, y quiero ser muy famosa y salir en la televisión —dice Ana, dando
vueltas y vueltas, como si ya estuviera ante las cámaras.
—La
vida es el tiempo que te regalan para cumplir tus sueños —le responde la madre—.
Y cuando haces lo que amas, eres feliz.
La
madre se levantó de la mecedora donde descansaba y caminó a un lugar
del jardín, donde estaban esparcidas flores amarillas y otras que parecían pequeños globos blancos, desde allí le dijo:
—Ven
Ana, quiero enseñarte algo mágico.
Ante
la magia, Ana abandonó inmediatamente la danza y corrió al rincón de las
flores.
—¿Sabes
cómo se llama ésta flor? —le preguntó la madre.
—No
lo sé—respondió la niña—. Es una flor muy rara.
—Sí,
es rara porque es una flor mágica —dice la madre, mientras toma una del suelo.
—¿Por
qué es mágica? —preguntó la niña, sorprendida de que una flor de su jardín pudiera
producir magia.
—Es
mágica porque es la flor de los sueños —responde la madre—. Puedes pedirle un
deseo para que algún día se convierta en realidad. ¿Quieres pedir el tuyo? —preguntó
la madre.
—Sí,
claro que sí —responde Ana, muy emocionada.
—Toma
la flor con tus manos y colócala frente a tu cara, cierra los ojos y desde el
corazón pídele lo que sueñas,…luego sopla y cuando termines
abre los ojos.
Ana,
siguió las indicaciones de su madre, y pidió ser una gran
bailarina. Sopló muy fuerte y profundo, tan fuerte y profundo como su deseo de ser bailarina, y al abrir sus ojos el globo blanco había
desaparecido completamente.
—Así
como el viento fuerte de agosto eleva las cometas, elevará también tus sueños,
y los hará llegar muy lejos —explicó la madre.
—¿Es
tan fácil? —preguntó Ana.
—Es
fácil, pero debes estar muy atenta y nunca abandonar tu sueño —explica la madre—. Cada espiga blanca que
hoy lanzaste al cielo, son las semillas de tus sueños. A lo largo de tu vida
debes descubrir las señales que te mostrarán el camino para alcanzarlo.
—Mamá,
y ¿cómo sabré que voy bien? —preguntó Ana.
—Hija,
cuando el camino que eliges trae alegría a tu corazón es el camino correcto.
Desde
ese día, Ana amó a las pequeñas flores que crecían libres en cualquier lugar de
la ciudad, y cada vez que las veía recordaba su sueño de niña. Eran tantas, que se alegraba que todos pudieran tener una para pedir por sus sueños.
Después
de muchos años de practicar y practicar, y de seguir las señales que en su corazón sentía, Ana llegó a ser una famosa bailarina,
y siempre agradeció a su madre el enseñarle la magia de creer
en las flores de los sueños.
© 2014 Liliana Mora León
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