lunes, 2 de enero de 2017

Cuento sobre el perdón y la reconciliación: El mejor consejo para dormir feliz



Una mañana de domingo en la granja, doña Oveja presenció la pelea entre don Conejo y doña Coneja y los escuchó alegar así:

— Está claro que tú ya no me quieres —dijo el conejo—. Ahora cuidas más a las flores del jardín que a mí.

— Pues tú, sólo quieres estar con tus amigotes ­—respondió ella muy enojada—. A casa sólo llegas en la noche a comer, mientras yo permanezco sola todo el día haciendo los oficios.

— Prefiero estar con ellos que discutiendo contigo —refunfuñó el conejo—. Además, tú todo el tiempo tratas de controlarme: ¡Me prohibiste hasta comer zanahorias!

— Agradece que me preocupo por tu salud —respondió ella con rabia—. Mírate: ¡Estás barrigón por ser tan glotón!

— Tú no te quedas atrás: ¡Tienes más arrugas que un acordeón! —respondió él en venganza—. ¡Ya no eres la conejita graciosa con la que me casé!

— ¡Viejo gruñón¡ ¡Eres un desagradecido! —gritó ella con enojo—. Algún día te abandonaré y sabrás lo que valgo.

— ¡Vieja cansona! ¡Eres una amargada! —exclamó furioso—. Con gusto el que se marcha ya… soy yo.

De inmediato torcieron la boca, fruncieron el ceño, se dieron la espalda y salieron dando saltos en direcciones opuestas. Ella fue a contarles a sus vecinas lo sucedido, él a distraerse jugando con sus amigos.

Esa noche al volver a casa evitaron las miradas y el silencio reinó. Al ir a la cama por más que lo intentaron no pudieron dormir tranquilos: ¡El enojo les había robado el sueño! Y aunque contaron una, dos, tres… y hasta mil ovejas, no lograron cerrar los ojos.

Tras varios días sin conciliar el sueño doña Coneja, visiblemente cansada, le pidió a doña Oveja el mejor consejo para dormir. La pacífica y dulce oveja, conocedora de la pelea y de la causa de las noches de insomnio, le respondió rápidamente y sin dudar:

— ¡Pídele perdón a tu pareja antes que llegue la noche, así dormirás feliz!

Luego, llegó don Conejo ojeroso y somnoliento y le solicitó el mismo consejo. Doña Oveja le dio una respuesta igualita:

— ¡Pídele perdón a tu pareja antes que llegue la noche, así dormirás feliz!

Toda la tarde los conejos recordaron la pelea. En sus cabezas resonaban las palabras que los hacían sentir muy mal —glotón, barrigón, cansona, amargada…­— ¡Aún les dolía el corazón!

Después, también llegaron como ecos sus propias palabras, las que habían  pronunciado sin pensar en un momento de ira ¡Ambos desearon haber callado a tiempo!

Al atardecer del día, don Conejo llegó temprano con el deseo de pedirle perdón a doña Coneja. La buscó por toda la casa pero no la encontró. Pensó que lo había abandonado, sintió un vacío enorme y comenzó a llorar desconsolado tirado en su cama. Tras varios minutos de chillar y chillar a moco tendido, abrió los ojos y observó encima de la almohada una nota pequeña que decía:


¡Lo siento mucho!
¡Por favor, si aún me amas, búscame en nuestro árbol!

Con amor: 
Tu conejita.

Don Conejo feliz se secó las lágrimas, limpió los mocos, peinó su pelo y practicó frente al espejo cómo meter su enorme panza. Dándose prisa cruzó todo el jardín y corrió hasta el gran árbol: el mismo donde un día le había prometido a doña Coneja amor eterno.

Al llegar, ella estaba esperándolo con su mejor vestido y una bella sonrisa que la hacía lucir más joven. Los dos se miraron y entre lágrimas se pidieron perdón.

Ese día como muestra de su amor: doña Coneja le regaló a don Conejo una zanahoria deliciosa; él la disfrutó como si fuera la última sobre la faz de la tierra. Él, por su parte, la alegró con una bella flor. Era una hermosa margarita cuyos pétalos le confirmaron a doña Coneja que… ¡Él todavía la amaba!

En la noche, antes de caer en un profundo sueño, los dos se hicieron una nueva promesa: 
¡Nunca más irían a la cama sin antes pedirse perdón!... 

© 2015 Liliana Mora León